Las respuestas eran fáciles porque solo había un camino, sólo existía una única forma de pensar y actuar. Una religión, una medicina, una autoridad, un lenguaje, una filosofía, una familia, una sexualidad, una ciencia, una raza. No había lugar para opciones o diferencias. Nadie se atrevía a cuestionar o salirse del rebaño. El poder del patriarcado era aplastante. El control estaba en sus manos. Por tanto, todo lo que trasgrediera ese uno, era anormal, raro, censurable. Todo aquello que fuera disonante, ipso facto quedaba excluido. Se tenía hoja de ruta, manual de instrucciones. El uno, la única forma de vivir, era lo que pelechaba, lo único que podía aceptarse.

Pero la revolución femenina, una revolución sin sangre, cuestionó al uno y lo quebró. Abrió la pluralidad, mostró la diversidad. Se atrevió a incluir lo excluido. Surgieron las opciones. El poder no estaba preparado para los cuestionamientos. No se le ocurrió aceptar que existía “otra” mirada diferente a la suya. Hoy la soberbia de la autoridad patriarcal produce conmiseración y rabia: pobrecitos ¡tan ilusos! Estamos entonces ante los estertores del patriarcado, en una confusión aplastante, porque no hay norte, ni futuro, ni claridad. Solo incertidumbre. El uno se quebró y se volvió múltiplo. Allí está el desconcierto: todo puede ser diferente. No, ni siquiera es que sea diferente: es que no existe y hay que construirlo, hay que socializar el futuro, hay que conciliar la diversidad y para muchos esto es aterrador.    ¿Estamos al borde del precipicio? ¿En manos de quien estamos? 

El mundo consciente cuestiona los efectos del poder patriarcal vivenciado en el deterioro de la tierra, el medio ambiente, la insolidaridad humana, el consumismo, el abuso del cuerpo de mujer, el hambre, la inequidad, la guerra (¿Conoce acaso una guerra iniciada por una mujer?), la violencia, los Putin y Trump, armas nucleares, todo aquello que nos acerca a las bestias. Hay logros, pero es obvio que el balance final es negativo. La vida en la tierra es un despropósito y vamos camino a destruirnos a nosotros mismos. La Historia está plagada de injusticias, de atrocidades. El abuso del poder está por todo lado y pareciera que se ha llegado al límite. Literal, estamos al límite. El mundo abrió una llave de insatisfacción y es obvio que ni la violencia, ni el control y mucho menos el autoritarismo son la solución. Nadie quiere bajar la cabeza, ningún estamento quiere seguir “pordebajiado”. Se percibe la insatisfacción, se siente el descontento, la rabia… el diagnóstico es fácil hacerlo, pero ¿cuál es la solución?

Hoy todo aparece dividido, en modo dual. No hay consensos (temporalmente favorable, aunque doloroso) pero es necesario vivir este proceso en el camino de evolución. La humanidad debe volver al uno, pero no al uno autoritario, sino al uno integrado, donde nos reconozcamos diferentes, como partes de un todo, donde no haya exclusión, abusos o inequidades. No será fácil ni se logrará mañana. Pero es obvio que este camino de desconcierto, caos, rabia, miedo, humildad e inclusión, es el acertado. Abrir la mente para aceptar la diferencia es la única forma de reconocernos humanos. Estamos ante el final de una era… decrecer no es humillante. Es escuchar el dolor y la inequidad para incluir lo marginado.

Gloria H. @GloriaHRevolturas

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