Hagamos un simple ejercicio. Péguele a una persona de su tamaño (y edad) como lo hace educando (¡) a uno de sus hijos e hijas y espérese a ver como reacciona. Observe de qué manera ese interlocutor le responde. ¿Cree que se queda quieto, agacha la cabeza y llora? ¿Es de los que cree que “sólo” le pregunta ¿pero por qué? O su reacción es de infinita rabia y querer devolverle, en la misma medida y aun mas, el golpe que usted le propinó? El ejercicio es interesante porque retrata de cuerpo entero cómo abusamos de nuestros hijos e hijas, a nombre del “amor paternal” y del derecho (?) que me ampara  porque soy su padre o su madre. Con otro de mi “mismo tamaño” no podría. El lío sería de nunca acabar… Entonces la pregunta de fondo, ¿de tanto verlo como paisaje, el maltrato se ha normalizado? ¿No distinguimos entre el golpe, la humillación, el grito, la chancleta y el abuso? Además, el que el hijo o hija “acepte”, llore o se aguante, no significa que no “acumula” rabia e indignación. Cuenta de cobro que queda “pendiente” y no se sabe cuándo y dónde pasará la factura. ¿Nuestra violencia visceral podría tener en el maltrato “dado con amor” una explicación lógica? ¿Es allí donde estamos cobrando la normalidad de la violencia, de generación en generación? Así, muy orondo exprese “no me traumaticé”, déjeme decirle que no le creo de “a mucho”. ¿En qué escenario lo “cobra”? ¿Quién es la víctima de su factura emocional? ¿Con cuántas personas suele ser intolerante y furioso?

El maltrato y el abuso cosido al amor y al afecto es de lo mas perverso que podemos construir. Quienes mas me quieren son los que mas mal me tratan. Como quien dice que no puede existir amor sin maltrato: ¡son sinónimos! ¿Dimensiona el tamaño de esta premisa? Es lo que transmitimos al imaginario de los niños, que muy “obedientes” repiten el maltrato y la agresión como actitud normal del día a día. El bulling es la manera natural de relación entre unos y otros. La crueldad “educativa” que muchos consideran sana, es un abuso de poder que se refleja en la prevención e intolerancia ciudadanas. Vivimos a la defensiva porque si mis padres, que “tanto” me quieren me tratan así, ¿qué mas puedo esperar?

La violencia, la crueldad, el maltrato, no son buenos educadores.  Los resultados de la filosofía “la letra con sangre entra” son miedo, rabia, indignación, venganza, timidez, injusticia. El que muchas generaciones se hayan educado así, no significa que no exista  daño, escondido en patologías que deambulan por la calle. O es de los que se ufana del “equilibrado” mundo en el que vivimos. Cada papá o mamá que golpee a un hijo está sembrando la semilla de justificación de la violencia. Lo que pasa es que a las nuevas generaciones no se las puede someter como a las anteriores. El que haya conductas extremas de hijos “igualados” no es por falta de rejo sino por falta de autoridad, muy diferente a autoritarismo y maltrato. No saber educar no justifica usar cualquier método como ejercicio de sometimiento. La pérdida del poder parental es muy dolorosa. Y humillante. La violencia queda como única forma de conseguir el objetivo del poderoso, llámese padre, madre, profesor, político. Si queremos una sociedad equilibrada, necesitamos cambiar el “porque  te quiero te aporreo”… ¡Es la tarea!

Gloria H. @GloriaHRevolturas

Leave a Comment