A propósito del día de los enamorados, vale la pena revisar cómo las palabras de un sacerdote católico perpetúan creencias misóginas. Como hablan “a nombre de Dios” con criterios absolutamente anquilosados y machistas, su poder es demoledor. El sacerdote se expresa en representación divina y para algunos creyentes lo que  dice se convierte en mandato sagrado por lo que sus criterios y creencias no se pueden cuestionar ni revisar. “Habló Dios” y el sacerdote desde su formación patriarcal, no repara en el impacto de sus palabras y las consecuencias para quienes reciben el sacramento. Hace días asistí a una ceremonia donde el cura no tuvo empacho en decirle al novio “es tuya”, como quien entrega una propiedad,  un objeto o una cosa. Luego, trató de “empatar  el partido” y dijo “es tuyo”, como si el amor y la relación de pareja fuera un intercambio de objetos  que se reparten para que el otro se apropie del “obsequio”. 

Pero no es lo único totalmente nefasto que puede transmitir un sacerdote en la celebración de un matrimonio. La trillada y patológica idea de que las personas se casan para perder su identidad y convertirse en “una sola carne”, donde ya no son dos sino uno, tiene todos los vicios de enfermedad psicológica. Quisiera preguntar ¿quien se casa para renunciar a su identidad?  ¿Quién decide amar con madurez teniendo que renunciar a su esencia, para fundirse con el otro?  ¿Quién dijo que amar es dejar de ser individuo para convertirse en mitad de persona? ¿Quién dijo que una pareja son dos mitades reunidas en una sola “naranja”? ¿Hasta cuando se repite la idea de que “ya no seremos dos sino uno”, exigiéndole ¿a cuál? (¿a la mujer?) que haga lo que el marido decida? Al “pobre” Dios le echan la culpa de que nos escogió el uno para el otro y entonces, si Dios es “responsable” de todo lo que nos sucede, cuando tenemos crisis o enfrentamos una separación “también” Dios termina cargando el entuerto. Los “pobrecitos” seres humanos somos títeres en manos de ese Dios, olvidando que El nos dio precisamente el libre albedrío para asumir las consecuencias del actuar y no para evadir la responsabilidad de la propia vida.

No he escuchado en ninguna homilía hablar de la esencia de una relación de pareja en el mundo moderno: respeto por la diferencia, respeto precisamente por aquello que atrae que no es ni ser mellizo ni ser gemelo. Eres diferente, con historia, personalidad, costumbres y creencias que no son iguales a las mías, diferencias con las que, a nombre del amor, debo empezar a convivir. Respeto por esas individualidades que se aman pero no se atropellan fundiéndose en una sola. La fusión a nombre del amor,  lo expresa cualquier psicólogo, es una enfermedad con graves consecuencias. Renunciar a lo que eres para complacer o amar, conlleva un sinnúmero de patologías que terminan hasta en enfermedades físicas. Somos diferentes y jamás seremos uno porque lo que amo de ti es precisamente tu esencia distinta, aquello en que no eres ni mi espejo ni mi prolongación. Además ¿cuándo se les ocurrirá que en un matrimonio la mujer puede ser la primera en comenzar la ceremonia de los votos y no ser siempre la segunda después del hombre? Creencias anquilosadas que la Iglesia teme revisar. ¿Machismo (¿otro?) católico sin opciones de mejoría?

Gloria H. @GloriaHRevolturas

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