El diccionario define cajonera como “mueble con varios cajones para guardar elementos diferentes”. Por lo vivido en los últimos días creo que el duelo es como una cajonera, un estado del alma donde puedes pasar de una emoción a otra, de un cajón a otro y encontrarte viviendo situaciones aparentemente contradictorias. Entonces no es absurdo que te ubiques en el cajón de la tristeza, llores hasta doblegarte, pero al segundo, pases al cajón de la economía, qué pasa con las cuentas, tres minutos después, aterrizar en el cajón de los documentos (miles) que se tramitan para certificar un duelo. Varios compartimentos que te obligan a no permanecer en uno solo, porque en todos hay elementos necesarios y urgentes. Lo que en definitiva termina siendo reparador porque ubicarte en un solo estado sería nefasto para la salud mental. Todo es inmediato y prioritario. Pasar de un cajoncito a otro oxigena y reconforta. Te protege de la depresión porque no te da tiempo para contemplar el dolor e impide que, en forma casi masoquista, te encierres en un laberinto de oscuridad. Es claro que la mente es nuestra torturadora mas grande…

Pero allí están los cajones. Cajón de los recuerdos donde te puedes deleitar con las experiencias vividas y de pronto, la sonrisa surge espontáneamente. Y revives el momento, la anécdota chistosa, la textura de la arena, el sabor del helado compartido. Sin embargo, por mas agradable que este sea, no se puede permanecer eternamente allí porque la vida continúa, el mundo cotidiano y real exige una presencia activa. ¡Qué tal el cajón de la tramitología! Es de los que mas permite que el dolor, transformado en intolerancia, pueda airearse. No hay que olvidar que la depresión tiene dos caras: la de la parálisis total y la de la intransigencia obstinada. Una mano, o muchas manos amigas, son un Valium para enfrentar el momento y a la vez una contribución para agilizar trámites. En ese momento los consideras ángeles mandados acaso por quien acaba de partir.

Pero también está el cajón del vacío, el mas doloroso, el mas desgarrador. Con las personas que amamos construimos lazos afectivos que no se desvanecen porque no vivas con ellos, pero si es válido que una cosa es despedir a alguien que amas pero no está en tu casa y otra despedir a quien la cotidianidad y el afecto, lo ha vuelto parte de tu oxígeno diario. El vacío es apabullante y silencioso. Solo es tuyo y nada ni nadie te lo puede llenar. Son la aceptación y la trascendencia los únicos elementos que contribuyen a superarlo con lo ya vivido y con lo que está por venir. 

Es el momento de la muerte y de la despedida, donde paradójicamente, se cosecha lo sembrado. Es impactante lo que una persona, a lo largo de sus “muchas vidas” deja en la existencia de otros. Un maestro marca con huellas imborrables el rumbo de sus alumnos. Una palabra, un gesto, la sonrisa, la mano amiga, el haber estado allí en el momento indicado, tan simple pero tan grandioso. Venir a la vida con vocación de servicio no solo es gratificante sino la manera mas real de ayudar a construir un mundo diferente. La bondad y generosidad del corazón permanecen porque se vuelven vida en los otros. Como una cadena de favores constante que hace mas llevadera la cotidianidad. Hasta que nos volvamos a encontrar…

Gloria H. @GloriaHRevolturas

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