En 1971 la facultad de Psicología de la U. de Stanford realizó un experimento que pretendía descifrar el porqué de la maldad. Cómo somos y qué tanta crueldad se practica en determinados roles. Simulando una cárcel se mediría la actitud de estudiantes voluntarios estando bajo presión. Un grupo haría de reclusos y otro de guardianes. Pero la escalada de violencia dados los papeles ficticios desempeñados, llegó a tal nivel que tuvo que suspenderse por la agresión y abuso que alcanzó. Se creyeron el cuento y lo que era un simulacro se convirtió en una realidad pavorosa. Por la salud mental de los “actores reclusos” se suspendió. Philiph Zimbardo, director del proyecto y profesor de Psicología, debió esperar mas de 30 años para asimilar los efectos de este trabajo y escribir sus conclusiones. Hay películas y un texto “Efecto Lucifer, el porqué de la maldad” que describen el tremendo impacto de lo vivido.

Zimbardo señala varios elementos en su investigación:  el colectivo, la situación de tensión, los roles y hasta los uniformes, que alteran las personalidades de los participantes. Quiero detenerme en el efecto grupo, es decir, el poder que tiene lo colectivo en lo individual, para bien o para mal. Para mal, un hecho comunitario externo altera al individuo hasta el punto de desconocer sus valores, su ética, sus creencias. En automático, la “ola” del grupo obnubila y dejas de ser tu para ser “masa”, rebaño.  El grupo “traga” y te pierdes de lo que eres. O para bien, el colectivo “contagia” de heroísmo y grandeza, como dice el texto “la generación ansiosa” donde acciones comunitarias como canticos en Iglesias, himnos nacionales, arengas colectivas a los equipos de futbol, generan un sentimiento “sagrado” de conexión que eleva el comportamiento, lo aleja de la degradación y conecta con sentimientos sanadores y espirituales.  

Por ello la responsabilidad comunitaria es prioritaria, no puede evadirse. ¿Qué tanta participación personal hay en un acto de maldad que impacta socialmente? ¿Qué “pedacito” mío hay involucrado en ese actuar? Servir de caja de resonancia de lo aberrante es una forma de degradar al ser humano y hacerlo resonar con la oscuridad. La maldad entonces se vuelve enfermedad mental y ya es difícil contenerla… Pero también podemos conectarnos con actos de heroísmo siempre y cuando la conciencia impida que la degradación colectiva trague. Allí está el meollo.

¿Somos malos? ¿Estamos enfermos? ¿Somos salvajes por naturaleza? ¿Cómo poder descifrar la conducta humana buscando respuestas que aporten calidad de vida? “Escuchar” al mundo hoy impacta por los niveles de violencia y degradación que se dan. Theilard de Chardin, dijo que “estamos a mitad de camino entre los dioses y las bestias” pero pareciera que cada día mas cerca a lo brutal… el actuar humano es tan desconcertante que los niveles de violencia y crueldad no parecen encajar con mentes racionales. Como si la inteligencia y el conocimiento no hubieran aportado suficientes elementos para “tratarnos” mejor, los niveles de sevicia, abuso y crueldad rebosan cualquier consideración de salud y equilibrio mentales: estamos inmersos en espirales absurdos de agresión. ¿Qué hacer? Caer en cuenta, mejorar el pequeño circulo que nos rodea, es el camino para distanciarnos de lo brutal y acercarnos a lo sagrado, lo más espiritual y sano de la condición humana. ¿Se podrá?

Gloria H. @GloriaHRevolturas

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